Carolina Rodríguez, investigadora de Mires of Chile: “La explotación de las turberas está ocasionando un genocidio ecosistémico”
Las turberas son un tipo de humedal presente en el sur de Chile, especialmente desde la región de Los Lagos hasta la de Magallanes. Debido a que se forman por la acumulación de materia orgánica, son reservas de carbono eficientes a nivel planetario. Esto quiere decir que ayudan a regular las concentraciones de CO2 en la atmósfera, teniendo así un rol fundamental ante la crisis climática actual. Sin embargo, este ecosistema ha sido explotado y comercializado. Chiloé por ejemplo, es una de las principales zonas donde se han realizado actividades extractivas en turberas. En entrevista con Carolina Rodríguez, fundadora e investigadora de Mires of Chile —espacio que promueve la educación, defensa y conservación de las turberas de nuestro país— profundizamos sobre la importancia de estos ecosistemas, y por qué urge protegerlos.
Las turberas son un ecosistema donde bajo la presencia constante de agua, ha crecido una vegetación que es capaz de vivir bajo esas condiciones, y cuyos restos tras muchos años han generado la acumulación de turba. Así describe Carolina Rodríguez este tipo de humedal, ubicado principalmente entre la región de Los Lagos y la de Magallanes. Desde 2016, a través de la creación de Mires of Chile (en español, Turberas de Chile), la doctora en conservación de turberas y humedales ha estado comprometida con el estudio, indagación, y también la difusión de la importancia de estos ecosistemas. Conversamos con ella para entender desde su conocimiento y visión, cómo se forma una turbera, cuáles son sus funciones y por qué es importante su resguardo.
Paisaje típico de turberas. Fotografía de Carolina Rodríguez.
¿Cómo y desde cuándo se forman las turberas?
Para que se forme una turbera, lo más importante es que haya agua, ya sea de lluvia, de derretimiento de glaciares, de la capa freática. Y que esta, de cierta forma, esté en calma o que fluya muy lentamente para que así crezcan plantas. Con el tiempo, esa vegetación va perdiendo sus hojas y raíces, las que caen en el agua y no se descomponen. Es decir, permanecen ahí en el suelo mojado y se van acumulando. Ese sustrato es la turba. El proceso de formación es lento —la capa de materia orgánica sólo se acopia cerca de un milímetro cada 12 meses— y comenzó hace 15 mil años.
Pero es capaz de almacenar el 30% del carbono que está en la superficie de la Tierra.
Exacto. Son lugares muy importantes porque nos pueden ayudar a amortiguar el cambio climático, a retomar el proceso de enfriamiento natural que nuestro planeta tenía. Y no sólo eso, sino que también son reservas de agua muy relevantes. Las plantas que están en la turbera almacenan el agua, y crean una provisión con esta para épocas secas.
En cuanto a reserva de agua, ¿las turberas son las más eficientes del planeta?
Después de los casquetes de hielo, sí. Es más, estos ecosistemas almacenan cerca del 10% del agua dulce que no está en estos glaciares.
Muestra de turba de musgo pompón. Fotografía de Carolina Rodríguez.
Por lo tanto, las turberas cumplen las funciones de almacenamiento de agua y carbono. ¿Son las más importantes? ¿Realizan otras?
Tienen otras funciones igual de relevantes, pero las dos que mencionas las llevan a cabo con una tremenda eficiencia. Además de la retención, las turberas son capaces de filtrar el agua de manera natural. Si el agua que entra a la turbera viene con microorganismos, contaminantes o metales pesados, es depurada físicamente por la materia orgánica acumulada en el ecosistema; y químicamente, por su alta acidez. Otra función que cumplen es que son paleoarchivos. Esto quiere decir que en la materia orgánica almacenada y conservada en una turbera, se pueden encontrar restos de los paisajes de hace miles de años y, por tanto, reconstruir la historia del paisaje de una región. Y por último, son fuentes de biodiversidad específica. En las turberas sólo viven especies que pueden habitar ahí, y en ese sentido son una gigantesca piscina genética para la Tierra. Me refiero a que cuando un ecosistema se enferma y corre riesgo de desaparecer, hay otros —como las turberas— que guardan semillas y formas microbiológicas, capaces de aportar a la regeneración de especies y de ecosistemas amenazados.
¿Hay algún ejemplo concreto?
Por supuesto. Las turberas son semilleros del ciprés de las Guaitecas, en el sur de nuestro país, específicamente en la región de Aysén. Allí, estos ecosistemas albergan pequeños renovales de esta especie, que crecen hasta cierto nivel porque el suelo no es lo suficientemente firme. Sin embargo, son áreas donde eventualmente se pueden extraer muestras de este árbol, para restaurar zonas donde este fue arrasado.
¿Puede darse un efecto similar con otras especies?
No, no es para todas igual. Pero al haber semillas en este ecosistema, existe la posibilidad de conseguir alguna, a partir de la que se puede crear germinación y restaurar una especie. Las semillas que llegan a una turbera, se conservan por cientos de años. Entonces, claramente ahí hay una oportunidad de ayuda al medio ambiente.
Drosera uniflora. Fotografía de Carolina Rodríguez.
Ciprés de las Guaitecas. Fotografía de Carolina Rodríguez.
¿Cuántas hectáreas aproximadamente ocupan las turberas en Chile?
La cifra que se conoce hasta el momento es de 3,1 millones de hectáreas. Pero un asunto importante que hay que tener en cuenta, es que se ha hecho poca investigación de campo masiva sobre estos ecosistemas en nuestro país. La mayoría de los cálculos han sido hechos mediante sensoria remota, conduciendo a mucha aleatoriedad y errores. Además ese número no considera la totalidad y diversidad de turberas que hay actualmente. Personalmente, no me sorprende porque ni siquiera se ha logrado sacarlas del Código de Minería.
Hay una contradicción en ello. Porque se quiere proteger este ecosistema, pero sigue estando regida bajo una norma que permite su explotación.
Precisamente. Para el Ministerio de Minería y el de Agricultura, la turba y el musgo Sphagnum magellanicum o pompón son fuentes de recursos. Y lamentablemente, lo que más ha destruido en los últimos diez años a las turberas, es la explotación del pompón, una de las plantas que produce turba. Cuando este se extrae, y en la manera en que se realiza esta actividad, se mata automáticamente la parte viva del ecosistema y se impide que este pueda cumplir sus funciones. Al final con esta actividad lo que se está ocasionando es realmente un genocidio ecosistémico.
¿Cómo se produce la destrucción de una turbera?
Hay tres principales formas. A través de la extracción irregular de la vegetación, es decir, cuando se despoja al ecosistema de las especies que lo sustentan —en el caso del pompón, con las manos o con una horqueta— y se deja prácticamente desnuda la turba; por medio del drenaje, que provoca que la vegetación no se recupere ni se reproduzca, porque para hacerlo necesita agua; y por la compactación, que se produce debido al pisoteo constante o —peor aún— por el ingreso de maquinarias a la turbera, especialmente una vez drenada.
¿Cuáles son los usos que se le da a lo que se extrae de la turbera?
El pompón se exporta. El principal uso que se le da es como sustrato hortícola para invernaderos, especialmente en la agroindustria y en la floricultura de países asiáticos como Taiwán y China. La tremenda población de estos países, sumado a su alta capacidad de consumo, ha presionado mucho las tierras agrícolas. Están devastadas prácticamente, por lo que subsisten en base a una agricultura intensiva, que se hace principalmente en invernaderos o en elevación. Y ese tipo de agricultura necesita de sustratos para producir. Esta actividad no respeta los ciclos naturales de renovación de los nutrientes del suelo, porque está basada en la producción rápida, eficiente y al costo que sea. Entonces, en los lugares donde hay turberas prístinas —como en Chile y los países de Europa del Este— esta práctica de la extracción se ha intensificado por la presión de la agroindustria y la floricultura.
Sphagnum magellanicum. Fotografía de Carolina Rodríguez.
La Contribución Nacional determinada en Chile planteó que de aquí a 2025, se identificarán las áreas de turberas y otros tipos de humedales a través de un inventario nacional. ¿Cuál es tu opinión respecto a esta propuesta? ¿Será suficiente?
Si está organizada por personas de distintas organizaciones que están involucradas y que son conscientes de la protección del medio ambiente, creo que podrían hacer un buen trabajo. Porque las regulaciones o iniciativas que hasta ahora ha promovido el Gobierno en torno a la explotación de las turberas, han sido paupérrimas. Estoy convencida de que tiene que ser un grupo conformado por líderes ambientales y personas de ciencia apasionadas, comprometidas y con una trayectoria ligada al resguardo, conservación y restauración de la naturaleza.
Están súper claros los motivos por lo que debemos proteger este ecosistema.
Es urgente que se protejan las turberas en Chile, porque tenemos cerca de 4,8 billones de toneladas de carbono almacenado en estos ecosistemas. Es una verdadera bomba de tiempo contra el cambio climático. Si las turberas siguen siendo destruidas, lo que vamos a hacer es aumentar las posibilidades de que nuestro planeta tenga colapsos a través de eventos climáticos extremos. La protección de las turberas tiene que ver con la esencia de nuestra existencia. Es decir, si seguimos arrasando los ecosistemas que son capaces de permitir la vida, y que la han permitido durante cientos y miles de años, entonces estamos destruyéndonos a nosotros mismos.
En agosto de este año, más de 170 organizaciones nacionales e internacionales —entre ellas, Mires of Chile— firmaron un comunicado en el que se exige una norma que prohíba la explotación de turberas. Se espera que próximamente el actual proyecto de ley —que busca que la extracción de turba o plantas hidrófilas que forman parte de las turberas, ingrese al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, a través de un Estudio y no de una simple Declaración de Impacto Ambiental—, sea votado y aprobado por la Cámara de Diputadas y Diputados.
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