«Si tomamos conciencia, tomaremos agua»: Sara Olguín y la defensa del Valle de Putaendo a sus casi 70 años

por Jul 24, 2024Medioambiente

Sara Olguín, activista y curandera de Putaendo, ha dedicado su vida a la protección de la naturaleza y la transmisión de conocimientos ancestrales. Durante la defensa de su territorio ha enfrentado amenazas mineras y promovido la importancia de la conexión espiritual con la Madre Tierra. A sus 69 años, sigue inspirando a los jóvenes que la buscan y entregando sabiduría para las nuevas generaciones.

A Sara literalmente le tiraron la camioneta encima, como se dice en Chile. Al conductor del vehículo no le importó quedar a centímetros de ella. La idea era amedrentar, pero ella no se movió. La abuela, como le dicen a Sara Olguín, llevaba dos semanas resistiendo junto a un grupo de activistas para impedirle el paso al Parque Andino Juncal a la minera Nutrex. 

En abril de este año la empresa pretendía ingresar al recinto para construir los cimientos de hormigón que darían inicio a la posesión efectiva del lugar y la futura extracción de recursos minerales. El proyecto generó una fuerte oposición tanto de las autoridades locales como de organizaciones sociales quienes se apostaron en el camino y para literalmente no dejarlos pasar .

Fue durante uno de esos días de resistencia que de repente, apareció un hombre en una camioneta que claramente no estaba dispuesto a aceptar el bloqueo. Con un semblante desafiante, el hombre aceleró hacia el grupo, deteniéndose a escasos centímetros de Sara. La intimidación era evidente, pero ella no se inmutó. Plantada firmemente en su lugar, con la mirada fija en el conductor, le habló con autoridad y calma.

“Oye, respeta, estamos ceremoniando, tú tenís que respetarme,” le dijo. El hombre respondió con desdén: “A mí no me importa. Tengo que pasar para llegar a mi casa, estoy trabajando no hueveando”.

 

“A mí tampoco me importa, porque allá no hay absolutamente ninguna casa, así que no me vengas con mentiras. Si realmente tienes que trabajar, únete a nosotros y defiende esta tierra. Porque si hueveas conmigo aquí, mañana tú y tu nieta van a poder tomar agua”, le respondió Sara. El tipo se fue. 

El camino hacia la curandería 

Con solo 11 meses de vida Sara llegó a Putaendo, en pleno Valle del Aconcagua. Ahí, con las montañas de fondo y el valle como un escenario infinito, desarrolló un profundo amor por la naturaleza. Inspirada por su abuela, fue consciente del cuidado del entorno desde muy pequeña.

“Si uno le quebraba una rama a algún árbol, a uno le pegaban en la mano, porque se decía que los árboles sentían”, recuerda. 

La vida comunitaria en Putaendo también dejó una marca indeleble en Sara. “Antes aquí era todo comunitario, es decir, si un vecino carneaba a un chancho, mandaba a sus hijos a repartir al resto de los vecinos”, cuenta con un poco de nostalgia y consciente de que muchos, aunque crezcan en lugares como Putaendo, probablemente ya no tengan esa misma experiencia comunitaria. 

Cuando era apenas una niña, Sara fue diagnosticada con una enfermedad que supuestamente no la dejaría vivir muchos años más, pero una curandera local la sanó. Ahora, asegura que solo se enferma cada 8 años y que a sus 69 es una persona sana, sin ninguna enfermedad crónica. 

Esa curandera sería quien le enseñó sobre cada una de las hierbas medicinales que conoce hoy, y que no son pocas. Desde entonces, sintió una profunda conexión con la tierra y la medicina natural. “Yo la veía hacer a ella y pensaba, yo también quiero hacer lo mismo”, comenta Sara. Hoy en día, esta pasión se la está transmitiendo a su bisnieta, quien desde pequeña mostró un interés similar en la sanación y la conexión con la Madre Tierra.

Al final, es la Madre Tierra, asegura Sara, la que sana y no ella. “Siempre les estoy diciendo a los que vienen a verme, si usted quiere sanar, primero tienes que abrir tu espiritualidad y sentir la conexión con la Madre Tierra, porque no soy yo la que sana. Es la Madre Tierra la que sana”, explica. 

Bárbara Hernández nadando en el Parque Nacional Conguillio
Bárbara Hernández nadando en Tierra del Fuego

Fotos de Carla Christie.

La defensa de Putaendo 

Sara además es protagonista de la recién estrenada serie documental «Defensoras de la Tierra» disponible en el canal de YouTube de Austerra Society, dónde cuenta cómo ha sido la lucha por la protección de Putaendo. Este valle, cargado de energía y vitalidad como dice ella, ha enfrentado múltiples amenazas debido a la sequía y los proyectos mineros e hidroeléctricos desde 2015.

En ese año, las organizaciones locales comenzaron a movilizarse contra los sondajes mineros de prefactibilidad de la mina Las Vizcachitas Holding. El río Rocín, que al unirse con el río Los Patos se convierte en el río Putaendo, mostró niveles alarmantes de contaminación con aluminio, manganeso y cobre. En una zona eminentemente agrícola, la falta de agua o su contaminación es una sentencia de muerte para el valle, asegura Sara en Defensoras de la Tierra.

La lucha se intensificó con el apoyo de la Junta de Vigilancia del Río Putaendo y un equipo de abogados que lograron detener los sondajes mineros a través de un recurso legal. Este éxito fue reforzado por el descubrimiento del gato andino, un animal del que no se tenía noticia en la región, y que como bien explica la curandera, logró que las personas no pudieron.

Ahora, casi 10 años después, Sara se enfrentó nuevamente a un proyecto minero. Desde 2007, la minera Nutrex ha constituido concesiones dentro del  Parque Andino Juncal, un ecosistema rico y una fuente crucial de agua para Valparaíso, pero fue en febrero de este año, que Nutrex intentó formalizar sus concesiones, provocando una fuerte reacción ciudadana.

En abril, la situación se volvió crítica cuando la minera intentó establecer pertenencias mineras. Sara y otros activistas resistieron pacíficamente durante dos semanas, incluso simulando la ceremonia del equinoccio de otoño para ganar tiempo. Ahí fue cuando se enfrentó a un hombre que intentó  avanzar con su camioneta.

“Entonces las niñas con las que estaba me dijeron abuela, usted nos dio esa fuerza, esa valentía para no tener miedo”, cuenta Sara. Las jóvenes activistas, que hasta entonces habían observado con miedo y admiración, se sintieron inspiradas y fortalecidas por su ejemplo de valentía. 

“Tenemos que tomar conciencia, porque si tomamos conciencia tomaremos agua”, dice con firmeza Sara, quien afirma que siempre estará presente en todo lo que signifique defenser tu territorio y la Madre Tierra. 

Bárbara Hernández en Japón
Bárbara Hernández en Japón

Fotos de Carla Christie

La modernidad y el individualismo

Para la activista, la modernidad y el individualismo que ha traído consigo, han deteriorado  el sentido de  comunidad y la conexión con la naturaleza. “Hoy en día es todo individualista, como decimos en el campo, cada uno mata a su toro”, señala. Según Sara, la pérdida de comunidad ha tenido un impacto negativo en la forma en que las personas interactúan entre sí y con el entorno, produciendo además un montón de enfermedades.

“Hay tantas distracciones como la televisión, el celular e internet, que la gente ya no duerme ni descansa como antes. Sacamos horas al sueño porque, con la luz eléctrica, la noche se ha vuelto tan clara como el día. Al día siguiente, el despertador suena a las seis de la mañana y las personas se levantan corriendo a la ducha, y luego, apresuradamente, algunos toman desayuno mientras otros no. Medio dormidos, van a dejar a los niños al colegio y parten a trabajar frenéticamente todo el día. Mi pregunta es: ¿en qué momento dan gracias por haber amanecido vivos?”, reflexiona la abuela. 

Su ideal sería encontrar un equilibrio entre la tecnología y la humanidad, destacando la necesidad de usar la tecnología para proteger el medioambiente. “Sería muy bueno armonizar estas dos cosas, armonizar la conciencia, armonizar el cuidado del entorno, del medioambiente, de las aguas, de la tierra, con la tecnología que tenemos hoy en día”, sugiere.

Legado y esperanza

A sus 69 años, Sara Olguín sigue dedicando su vida a la protección del medioambiente y la transmisión de conocimientos ancestrales. Ve con esperanza el interés de las nuevas generaciones en aprender y continuar su legado. 

Para Sara, la defensa de la Madre Tierra es una misión sagrada. “Mientras ella me necesite, yo hasta las últimas gotas de sangre le daré. Si ella me dio la vida, a mí no me importa. Porque la Madre Tierra es lo más sagrado. Ella nos sustenta”, concluye. Su vida y su lucha son un testimonio de la importancia de la conexión con la naturaleza y el poder de la comunidad para proteger lo que es esencial para la vida.

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