¿Y si los Chinchorro no fueron un pueblo aislado sino parte de una red civilizatoria más compleja?: Teoría de investigador chileno reescribe la historia precolombina
La cultura Chinchorro, conocida por sus momias más antiguas del mundo, podría haber sido parte de una gran civilización con presencia en el desierto y altiplano, según el investigador independiente de culturas ancestrales, Gonzalo Cabrera: Su teoría desafía la visión tradicional que los consideraba un pueblo costero y aislado y se ha basado en interpretaciones simbólicas desde la cosmovisión andina.
Gonzalo Cabrera Albarrán | Investigador y documentalista.
Nuevas miradas emergen desde fuera del circuito académico tradicional sobre su historia y una de ellas es la de Gonzalo Cabrera. Desde hace casi dos años se ha dedicado por completo a recorrer y estudiar territorios del norte chileno, con el objetivo de reinterpretar los vestigios arqueológicos desde una mirada no tradicional.
Su camino comenzó a los 19 años, cuando decidió abandonar la carrera de Ingeniería Civil Industrial para vivir en India, Pakistán y Nepal. A partir de ese viaje, desarrolló un interés por el chamanismo, los mitos antiguos y las culturas precolombinas. Desde entonces ha recorrido América Latina investigando pueblos originarios y asentamientos arqueológicos.
Con un especial interés en la cultura Chinchorro, se ha dedicado a investigarla día y noche. De ahí nace su hipótesis que sugiere que habría formado parte de una civilización mucho más amplia y sofisticada que lo que ha reconocido la arqueología oficial.
“Yo creo que lo primero que uno tiene que preguntarse es por qué desde la frontera de Perú a Chile hay un cambio tan drástico en lo que son culturas ancestrales”, mencionó Cabrera.
A través de una metodología poco convencional -que mezcla imágenes satelitales, trabajo de campo y cosmovisión andina- Cabrera ha recorrido durante los últimos años diversos puntos del norte chileno, como Arica, el valle de Azapa y el salar de Surire. En estos paisajes ha identificado patrones geométricos, líneas rectas entre cerros, círculos de piedra y estructuras ceremoniales que, según él, no responden al azar, sino a una lógica simbólica profunda.
Plataformas estratificadas de manera piramidal.
“Empecé a estudiar la zona como si fuera un plano. Desde el satélite veía patrones, líneas, triángulos. Iba al terreno y encontraba piedras colocadas con una lógica en particular. No es casualidad”, señaló.
A su juicio, estos patrones no pueden explicarse como simples senderos de caravanas y sugiere que se trata de una planificación compleja vinculada al paisaje sagrado y a ciclos cósmicos, porque “están alineadas con cerros, con el solsticio de invierno o de verano. Son rutas de peregrinación, de conexión espiritual. Es arquitectura territorial”, enfatizó.
Pero su mirada va más allá de lo arqueológico. Para Gonzalo, los Chinchorros no sólo conservaban a sus muertos, sino que los integraban como parte viva de la comunidad. Las momias vestidas, peinadas y cuidadosamente tratadas serían un reflejo de una relación espiritual con los ancestros.
“¿Por qué van a vestir tanto a sus muertos y a peinarlos tan bonito si ellos no vivían así? Lo que vemos en las momias es una continuidad: el ancestro sigue presente, es parte de la familia”, dijo.
Su hipótesis sugiere que estos pueblos compartían con otras culturas andinas una visión del mundo donde el territorio era un cuerpo sagrado, habitado por fuerzas vivas y ordenado según principios astronómicos y espirituales. Un lenguaje simbólico que, según él, ha sido ignorado por una arqueología centrada únicamente en la datación y la evidencia material.
Según Cabrera, la cultura Chinchorro formó parte de una red civilizatoria más compleja, quizás relacionada con los antiguos Chipayas. Como parte de esta visión, hizo alusión a antiguos mitos andinos que relatan un cataclismo solar ocurrido antes del amanecer del sol actual, donde una civilización anterior habría sido destruida y algunos sobrevivientes se refugiaron en cuevas o lagos. Lejos de considerarlos simples fábulas, sugiere que estos relatos orales podrían ser formas de conservar una memoria histórica profunda, transmitida por generaciones a través del mito.
Geoglifo de Tunupa.
Geoglifo geométrico y estructuras enterradas.
También está investigando posibles alineaciones astronómicas y patrones de asentamiento similares a los del Qhapaq Ñan (Camino del Inca), lo que sugiere una planificación territorial avanzada, con observatorios, monolitos y geoglifos distribuidos en función de solsticios y equinoccios.
“Empecé a encontrar este tipo de patrones de manera satelital y me llevó a descubrir aldeas, pueblos, hasta ciudades enterradas, marcadas con geoglifos”, sostuvo.
Es así como entre las evidencias más destacadas que ha registrado Gonzalo Cabrera se encuentran geoglifos alineados con hitos solares, aldeas con estructuras circulares orientadas al amanecer, puntos marcados con monolitos o piedras talladas, y líneas extensas que conectan cerros, lagunas y salares.
Observatorio megalítico ancestral.
Geoglifo y sendero ceremonial.
Para Cabrera, el gran vacío de la arqueología tradicional chilena es que ha perdido de vista la dimensión simbólica, espiritual y cosmogónica de estas culturas. Mencionó que los pueblos andinos, incluyendo a los Chipayas, Aymaras y posiblemente a los Chinchorros, organizaban su territorio como un reflejo del cosmos, creando verdaderos “mandalas” territoriales.
Por ende, hace una crítica a la arqueología tradicional chilena por centrarse exclusivamente en aspectos técnicos como dataciones o hallazgos materiales, dejando de lado las interpretaciones simbólicas desde la cosmovisión andina. Esta mirada reduccionista, sostiene, ha contribuido a invisibilizar una memoria ancestral que aún podría mantenerse viva en el territorio y en la oralidad de comunidades como los Chipayas.
En así como Gonzalo plantea una relectura radical de la historia precolombina en Chile: en vez de pensar en “pueblos primitivos”, debemos abrirnos a la posibilidad de que existieron sabidurías antiguas, sofisticadas y profundamente espirituales, que hemos desestimado por observar la historia solo con ojos técnicos y coloniales.
Sombras de los Monolitos alineadas al atardecer del 3 de mayo (fiesta de la cocecha – día de la Chakana).
Antiguo Chullpar apuntando hacia el solsticio de invierno.
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