El barbucho magallánico: la historia de la peculiar raza local de perros ovejeros que protegen la vida rural patagónica y mantienen su memoria

por Nov 14, 2025Cultura, Destacados, Naturaleza, Portada

El bote avanza sobre el fiordo Última Esperanza; hace frío y el viento golpea fuerte al salir, pero las montañas nevadas lo compensan. Tras 40 minutos de navegación, aparece la Estancia La Península (@estancia.lapeninsula | @estancias_patagonias), rodeada de praderas verdes que contrastan con el intenso turquesa de las aguas. Fácilmente reconoces del lugar el comienzo de la vida rural patagónica en su versión más auténtica.

Llegamos junto al equipo de Vive Chile (@vive_chile) para conocer el trabajo que realiza Ian MacLean Kusanovic en este histórico terreno que combina la ganadería ovina tradicional con prácticas de conservación y turismo rural. Como ovejero de cuarta generación y nativo de Puerto Natales, Ian comenta que su familia lleva más de un siglo ligada a estas tierras. Hoy mantiene viva una tradición que se adapta sin perder su esencia. “Para vivir en la Patagonia te tiene que gustar sufrir un poco”, dice riéndose. “Es frío y crudo, pero es lo que nos gusta: estar afuera, activos, haciendo cosas”.

 

Créditos: Carolina Ester.

Créditos: Lena Bam.

En la estancia, la jornada comienza temprano y se mide por la luz, no por el reloj. En verano, amanece antes de las cuatro de la madrugada y anochece pasadas las once. “En invierno todo se calma, incluso los animales. Aquí se vive por temporadas, y eso también tiene su encanto. Cuando se acaba una, ya estás esperando la siguiente”, asegura.

Desde el primer momento queda clara la importancia de los perros. “Este trabajo no se puede hacer sin ellos. Es imposible, a menos que tengas 50 personas. Son realmente fundamentales”, dice con plena seguridad. Los barbuchos magallánicos -la raza local de perros ovejeros- lo acompañan en cada paso, obedeciendo breves gestos e incluso miradas. Son ágiles, fuertes y saben exactamente qué hacer.

“Me gusta este trabajo a nivel personal, más allá de lo que hayamos hecho por cuatro o cinco generaciones. Pero pienso que si lo dejamos, desaparece. Es un conocimiento bueno, y vale la pena mantenerlo”, cuenta. Así, da a entender que el oficio del ovejero es más que una labor; es una forma de preservar la cultura.

Durante décadas, muchos ovejeros vivieron en aislamiento, pasando meses solos en los puestos rurales. “El perro era el compañero principal; era con quien vivían y hacían todo. […] Siempre ha sido el mejor amigo del hombre, pero en el campo su rol se consolidó como una herramienta de trabajo”, explica Ian. Hoy, aunque la tecnología ha acortado distancias y tiempos, el vínculo sigue igual de fuerte. 

 

Créditos: Lena Bam.

La demostración de pastoreo finaliza cerca del fiordo. Las ovejas se agrupan, los perros las conducen de regreso y la escena termina encantando a cualquiera. Los barbuchos magallánicos se mueven con una precisión admirable. Ian los observa como quien mira a viejos compañeros de vida. Explica que esta raza -también conocida como ovejero patagónico en Argentina- nació a fines del siglo XIX, cuando los colonos trajeron sus ovejas desde Escocia, Irlanda y España junto a los perros que las cuidaban. Con el tiempo, estos animales se adaptaron a las condiciones climáticas extremas del sur austral chileno, dando origen a un linaje local.

El vínculo entre ovejero y perro se construye con tiempo, observación y confianza. Ian recuerda que aprendió de joven mirando a los mayores, especialmente a Gerardo Castro, un ovejero de Coyhaique que le regaló su primer perro maestro para que entrenara a sus dos cachorros. Aquel gesto marcó su forma de entender el oficio. “Cuando no sepas qué hacer, observa al perro; él siempre sabrá”, le había dicho Gerardo. Desde entonces, Ian guarda esa enseñanza.

La costumbre de regalar perros entrenados persiste. Cuando alguien empieza su vida en el campo, otro le entrega un animal con experiencia para que lo ayude a formar su propia camada. Aquí la confianza es la única guía. Así, el conocimiento se traspasa entre generaciones de ovejeros que comparten una misma manera de vivir. Ian lo resume de la siguiente forma: “Es como una cadena de saberes que nunca se rompe”.

Créditos: Carolina Ester.

Créditos: Lena Bam.

Además de los barbuchos magallánicos, se suman los perros guardianes de ganado -como los pastores de Maremma y los pastores de los Pirineos-, una incorporación de hace un poco más de una década para proteger los rebaños de los depredadores. Se crían desde cachorros junto a las ovejas, y las defienden como parte de su grupo. Para Ian, su llegada marcó un cambio importante: ya no es necesario cazar pumas o zorros para mantener el equilibrio. Los perros hacen su trabajo con tal eficacia que evita el conflicto y permite coexistir con la fauna silvestre.

El turismo, además, ha abierto una nueva oportunidad para dar a conocer este mundo al público. En cada recorrido, explican cómo funciona el pastoreo, la esquila o la producción de lana. Muchos se sorprenden al descubrir que detrás de cada prenda hay un ecosistema entero. “En general, las personas no saben de dónde vienen los productos. Y cuando lo entienden, empiezan a mirar distinto todo lo que consumen”, afirma Ian.

Las demostraciones con los perros se han convertido en uno de los momentos más apreciados. Para él, las muestras no están destinadas solamente para un sentido turístico, sino también para uno de educación ambiental. “La conservación no es únicamente cuidar la naturaleza; es mantener la cultura y el conocimiento. […] Son saberes que llevan más de 100 años aquí y se adaptaron a esta tierra. Entonces, son nuestra manera de cuidar el territorio”.

 

Créditos: Lena Bam.

Antes de despedirnos, Ian comparte una idea que resume todo lo que hemos visto durante el día: el futuro del campo no está en volver al pasado, sino en aprender de él. “Hay que seguir con lo que estamos haciendo, pero de buena forma: con más ciencia, conciencia y respeto”, concluye.

Al final del día, el sol se esconde detrás de las montañas, y los barbuchos descansan en la entrada del galpón principal. El viento no se detiene. En medio de ese paisaje inmenso, uno se da cuenta de que la vida patagónica sigue siendo posible gracias a ellos; los guardianes del fin del mundo.

 

Créditos: Lena Bam.

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