Cuando la pasión vence al miedo: Rosario Vial y su travesía navegando por las islas del Pacífico Sur
Un viaje a través de la fotografía
Rosario Vial Benavente (26) habla del mar con la calma de quien ya se dejó llevar por él. En octubre del año pasado viajó a Australia con una visa de Work and Holiday, la idea era clara, quedarse un tiempo y trabajar. Lo que no imaginaba era que ese viaje abriría la puerta a otro aún más grande: subirse a un velero en Fiji, navegar dos meses por elPacífico Sur y aprender, desde cero, a navegar.
Antes de llegar ahí, su camino parecía más “normal”. Rosario estudió Artes Visuales en la Universidad Católica de Chile, de donde egresó en 2022 con mención en escultura y fotografía. Después recorrió Centroamérica durante seis meses, y al regresar a su hogar, quiso instalarse como fotógrafa, sobre todo en el rubro publicitario. Finalmente, en 2023,estudió un semestre de Fotografía de Moda en Fotodesign y pasó un año dedicada por completo a ese mundo.
Créditos: Rosario Vial.
Sin embargo, la idea de navegar ya estaba. Tres años atrás, había visto el documental “Calypte” del surfista australiano Torren Martyn quien en conjunto con su pareja, recorre Asia en velero. El objetivo de ellos no era el mismo que tendría ella después, pero la manera de habitar el mundo sí: moverse con el mar, vivir a bordo, conectar cada día con el océano. «Lo vi y dije: esto es lo que yo quiero hacer en mi vida», sostuvo Rosario Vial.
Antes de irse a Australia conoció a Ángela Herrera, de Pacific Sailing Chile. Conversando, le mostró una plataforma que funciona como una especie de “Tinder de barcos”: quienes tienen un velero buscan tripulación y quienes quieren embarcarse crean un perfil con su experiencia, habilidades y motivaciones, altura, etc.
Rosario se inscribió en este sitio, sin tener ninguna experiencia náutica. En octubre de 2024 llegó a Australia y empezó a postular a distintos barcos, pero las respuestas no llegaban. Aunque muchos avisos decían no exigir millas ni conocimientos previos, para la fotógrafa el ser inexperta se convirtió en una traba. Durante meses mantuvo la página abierta, revisando oportunidades casi a diario, sobre todo en una zona específica del mapa, la Polinesia Francesa. Sin embargo, luego decidió ampliar su búsqueda a Fiji y otras islas del Pacífico.
Créditos: Rosario Vial.
Del sueño al mar abierto: navegar Fiji, Vanuatu y aprender desde cero
El 22 de junio de 2025 apareció el aviso que le cambiaría la vida. Era un velero que buscaba tripulación en Fiji. Se trataba de Tony Price, un capitán inglés de 65 años que estaba dando la vuelta al mundo, tenía una larga trayectoria y muchas recomendaciones.
Rosario Vial contó que tenía un gran presentimiento sobre esta oportunidad «Voy a aplicar y esto me va a salir”, afirmó. Y así fue. Dos días después recibió el correo que confirmaba su sentir, había sido aceptada.
La experiencia a bordo duró dos meses y comenzó en Fiji, donde se reunió con Tony y el resto de la tripulación. Desde allí navegaron hacia el noroeste para recorrer las Yasawa Islands, un archipiélago de decenas de islas pequeñas conocidas por sus lagunas turquesas, barreras de coral y aldeas remotas. Ese primer tramo fue una combinación perfecta entre aprendizaje y descubrimiento: anclaban en distintas bahías, dormían siempre en el velero y usaban un dinghy para llegar a tierra, comprar fruta, recorrer las playas o visitar comunidades locales.
Cuando terminaron de recorrer las islas Yasawa, regresaron a la marina de Vuda, en Fiji, para abastecerse de comida, agua y petróleo y esperar una buena ventana climática antes de continuar la travesía. La idea era salir desde Fijo con rumbo Vanuatu, seguir hacia Nueva Caledonia y llegar a Australia.
Sin embargo, por temas de tiempo y visa, Rosario no pudo completar todo el itinerario y tuvo que regresar a Australia por aire antes de que el velero continuara hacia el continente. Aun así, alcanzó a vivir una de las etapas más intensas del viaje: el cruce abierto hacia Tanna Island, en Vanuatu, cinco días completos navegando sin ver tierra.
Ese tramo se convirtió en el verdadero bautizo de Rosario como tripulante. “Ahí entendí lo grande que es el mar. Pensé que si algo me llegase a pasar, nadie se entera”,reflexionó.
“Éramos cuatro a bordo: Tony, el capitán y tres tripulantes”. Compartían un espacio reducido, aunque no se tratara de un velero pequeño para estándares náuticos. La convivencia, dijo, fue afortunadamente buena: “Casi no tuvimos problemas y lo que aparecía se conversaba”, agregó Rosario.
Créditos: Rosario Vial.
El deseo de aprender a navegar fue lo que la llevó a emprender este viaje. Tony rápidamente vio en ella su curiosidad y ganas de adquirir nuevos conocimientos. Antes de zarpar, aprovecharon los días para caminar por los muelles de la marina, donde Tony le enseñaba las partes de distintos barcos, tipos de velas y maniobras básicas. “Se me dio más fácil de lo que pensaba”, recordó. Hoy quiere seguir perfeccionándose, sacar una certificación y dominar el lenguaje técnico, tanto en inglés como en español.
Producir menos, recordar más
Aunque su prioridad era aprender a navegar, documentar esta travesía era casi igual de importante. La fotografía y el video la acompañó durante todo el viaje. Llevó solo lo esencial: Su Sony A7III, una DJI Osmo Action para el agua y una cámara análoga submarina Nikonos V que se transformó en su tesoro.
“El hecho de tener un límite de fotos hace que deba focalizarme mucho más, pensar mejor el encuadre, la luz y la configuración de la cámara, en vez de disparar 8 mil veces y quedarme con dos. Produciendo menos, pero con más intención y calidad, es algo que estoy tratando de aplicar en varios aspectos de mi vida”, confesó Rosario Vial.
En su trabajo visual busca mostrar “lo que todavía tenemos y podemos proteger, como arrecifes sanos, tiburones, ballenas y fondos prístinos” que vio en islas remotas de Fiji y Vanuatu. Escenarios que la maravillaron, pero también la alarmaron por lo frágiles que son.
Esa sensación se profundizó al convivir con comunidades locales.Rosario recordó con cariño la vida comunitaria de las “villages”, pequeñas aldeas de 300 a 500 personas donde todos se conocían y funcionaban como una gran familia. “Preparaban el almuerzo para toda la comunidad y lo hacían juntos. Un modo de vida centrado en la generosidad, el acompañarse y el vivir desde el ser más que desde el hacer”, contó.
Ese ritmo distinto, guiado por el clima, el viento y la luz del día, se volvió un aprendizaje central. En el velero se despertaban con el amanecer, comían temprano y seguían el compás del mar. De vuelta en Chile, Rosario siente que ese viaje le recordó la importancia de disfrutar el presente. Ahora quiere que sus fotos no vivan solo en una red social, sino impresas, en papel, en donde puedan permanecer con el paso de los años, como memoria de un tiempo en donde aprendió del mar.
Créditos: Rosario Vial.
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Con un cuchillo pequeño, una canasta de mimbre, un sombrero para el sol y un cigarro entre los labios, así salen cada día de jornada, desde hace más de 15 años, Kathy y Juana a recolectar este hongo.
Antes de su comercialización, el hongo no era muy conocido popularmente. En Melipeuco, madres o abuelas recolectaban esta especie de vez en cuando para almuerzos o comidas, pero en general pasaba casi desapercibido.
Todo ello cambió cuando aumentó la popularidad y valor de este hongo. Hoy en día, es parte importante de los ingresos anuales de más de 20 familias de la comuna. Este tipo de hongo está presente en todas las zonas templadas del mundo, sin embargo, Chile es uno de los principales exportadores de este hongo.
Su fructificación ocurre durante unas pocas semanas de la primavera, especialmente desde fines de septiembre hasta noviembre, entre las regiones de O’Higgins y Magallanes.
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