Un legado de conservación: la historia de Juan Toro, el guardaparques que cumplió 50 años en el Parque Nacional Torres del Paine
En el corazón del Parque Nacional Torres del Paine, un guardaparques ha sido testigo y guardián de sus majestuosos paisajes por nada menos que medio siglo. Juan Toro, un hombre de 71 años, lleva en su piel las huellas de cinco décadas dedicadas a preservar y proteger este tesoro natural de Chile.
La historia de Juan como guardián de la naturaleza comenzó en los bosques de La Araucanía, en Curarrehue. A los 17 años, dejó el aserradero donde trabajaba para abrazar el oficio de guardabosques en una reserva local cerca de Pucón. La vida lo llevó luego al Parque Nacional Tolhuaca y después de un año, en un giro del destino, al icónico Torres del Paine en 1974.
«La primera vez que fui me pregunté qué estaba haciendo yo ahí», recuerda entre risas, rememorando los tiempos cuando el parque era más solitario, con vastos terrenos apenas habitados. «Para mí fue bien solitario, pero como siempre fui del campo no me costó acostumbrarme», asegura.
Durante casi un año, el guardaparques estuvo completamente solo en el Parque Nacional Torres del Paine, teniendo que hacer el reconocimiento de la zona a pie y a caballo, tanto por fuera del parque como por dentro En aquel entonces, tuvo que enfrentarse a las costumbres locales de quema de residuos y desperdicios del campo, las cuales debió controlar para preservar el entorno.
Además, con el paso de los años él y sus nuevos compañeros se dedicaron a la tarea de construir senderos, pasarelas y puentes, fue gracias a este trabajo que hoy en día los visitantes pueden hacer el recorrido completo del parque de manera segura.

En 1976, Juan Toro al centro con las manos en el bolsillo. Foto de Conaf.

El equipo de Conaf en el PNTP. Foto de Conaf.
Por otro lado, Toro ha sido testigo de los cambios en el parque. Menciona con preocupación el incremento de las concesiones y la afluencia masiva de visitantes. «En verano sobrepasamos los 120 guardaparques temporales, pero somos 30 de planta. Lo único que maneja Conaf es la entrada al parque», explica con un dejo de inquietud por la preservación del lugar que ama.
Pero entre los desafíos, Juan ha encontrado momentos de pura emoción y satisfacción. Recuerda con especial cariño los días en que recorrió el parque completo a caballo junto a su esposa, compartiendo la belleza y el silencio de esos rincones remotos. «Haber conocido todo el parque con mi señora, recorrerlo completo a caballo y haber hecho el circuito varias veces. Me han pasado y he aprendido muchas cosas lindas. Lo más lindo es que mi señora me ha acompañado siempre», confiesa con una sonrisa.
Sin embargo, el trabajo de un guardaparques no está exento de riesgos. Juan ha vivido momentos de tensión, como cuando un puma lo persiguió por casi 500 metros hasta que pudo escapar en auto o las veces que desafiando ríos y senderos, se enfrentó a la fuerza indómita de la naturaleza. «Uno no debe creer que es más sabio que la naturaleza», reflexiona con humildad.

Juan Toro en el 2005 en una cabalgata por el Parque Nacional Torres del Paine.
Durante la temporada alta de verano, cuando el parque recibe su mayor cantidad de visitantes, Juan se encuentra al frente de la portería de la laguna amarga, un lugar que ha sido testigo de muchos momentos. Allí, ha tenido que enfrentar situaciones realmente difíciles. «Han ocurrido muchos accidentes, muchas veces fatales», recuerda con seriedad. «Hemos tenido que sacar a varios fallecidos con la ayuda de escaladores y la gente que trabaja ahí. Los escaladores siempre tienen un riesgo muy alto, y la gente a veces se sale de los senderos y se pierde», explica.
A pesar de los desafíos, lleva su labor con orgullo y dedicación. «Es un orgullo, un privilegio el ser guardaparques. Es una vocación, se aprende mucho», afirma con convicción. Para él, este trabajo va más allá de las décadas de servicio; es un legado para las futuras generaciones. «Lo que se cuida no es de uno, es de todos los chilenos y el mundo», enfatiza con pasión.
Con su 50 aniversario en el parque, Juan recibió el cariño y reconocimiento de sus colegas en una emotiva cena, seguida de un paseo por los fiordos que lo dejó maravillado. Y mientras piensa en el futuro, no puede evitar agradecer a su familia, verdadero pilar de su vida.

Juan Toro con su familia en el PNTP. Foto de Conaf.
Casado desde hace medio siglo, ha compartido una vida de amor y aventuras con su esposa, quien ha sido su compañera fiel en cada recorrido por los senderos del parque. Juntos, formaron una familia con dos hijos, quienes, a pesar de la distancia impuesta por las responsabilidades del trabajo de Juan, siempre han estado presentes en su corazón y en su vida.
A pesar de los desafíos y sacrificios, afirma nunca haber estado realmente solo, siempre ha contado con el apoyo incondicional de su esposa, hijos, y ahora también disfruta de la compañía de sus nietos e incluso un bisnieto. Para Juan, su familia es más que un refugio, es su fuente de inspiración y la razón por la cual cada día se levanta con renovado vigor y dedicación para proteger el parque que tanto ama.
Por ahora, Juan planea seguir trabajando por un par de años más con la misma pasión y entrega de siempre. «Este trabajo es muy importante para que después las generaciones del futuro se pregunten qué hicieron los que estuvieron primero y vean que sí se hicieron cosas», explica con firmeza. «Al final, lo que se cuida no es de uno, es de todos los chilenos y del mundo».
Con su corazón de guardián, Juan es más que un guardaparques; es un custodio de la belleza natural, un testigo de la historia viva del Parque Nacional Torres del Paine. Su legado perdurará en los rincones más salvajes de este icónico lugar, donde la naturaleza y el hombre caminan juntos en armonía.
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